Según estudios sobre la memoria, (Martin Conwell),
muchos de nuestros recuerdos no son reales, están tergiversados o simplemente
inventados a partir de algo que hemos visto, oído, o de experiencias ajenas que nos han contado.
El caso es que
da igual, porque reales o no, esos recuerdos están ahí, formando parte de
nuestra identidad, de quien creemos que somos.
Esto nos da
pié para sentirnos más libres a la hora de seleccionar cuáles de nuestros
recuerdos queremos potenciar y cuáles queremos “maquillar”, o como decimos en
programación neurolingüística, “redecorar”.
Sabemos que
modificando la percepción de un recuerdo (modificando algo tan insustancial
como nuestra posición relativa respecto a otra persona, el sonido de fondo de la
situación o eliminando el color de la imagen y dejándola en blanco y negro),
las emociones ligadas a esos recuerdos también varían, se intensifican o
debilitan en función de cuáles hayan sido las modificaciones. Esto tiene una
consecuencia inmediata a la hora de rebajar el nivel de sufrimiento en los
recuerdos dolorosos, pero también tiene importantes consecuencias en nuestros
comportamientos futuros, pues como decía, nuestra identidad está formada entre otras
cosas por nuestros recuerdos.
Mediante el trabajo
con los recuerdos somos capaces de predisponernos a un futuro mejor, elegido,
consciente, no limitado por automatismos que proceden del pasado.
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