Una de las mayores causas del estrés es la enorme
exigencia que hacemos de nosotros mismos a la hora de organizar nuestro tiempo.
A menudo pensamos que sería ideal si el día tuviera 2 horitas más, y no caemos
en la cuenta de que el gran problema no es que el día solo tenga 24 horas, sino
que pretendemos hacer demasiadas cosas en ese tiempo.
Organizar nuestro tiempo de forma racional es
imprescindible para no caer en el estrés. Una de las herramientas mas
utilizadas es una agenda o un papelito donde apuntamos todas aquellas cosas que
nos proponemos hacer, esto nos permite ver con mayor perspectiva cuántas y cuáles
son esas tareas y si hay una proporción lógica con el tiempo de que disponemos,
y a menudo comprobamos que no la hay.
Además, a
veces las listas nos sirven para identificar
tareas que en realidad no queremos hacer, son esas tareas que siempre quedan
sin tachar en nuestras listas, las que parecen eternas pasando de un papel a
otro. Si las analizamos, podremos ver que son las que menos nos apetecen, las que son más
de espíritu “tengo que” que del tipo “quiero” o “prefiero”, y muchas veces están ahí, y ni siquiera las hemos puesto nosotros, la
mayoría se han colado en nuestro quehaceres por vía sugerencia, solicitud, por
sentimiento de culpa o del deber.
Cuando descubrimos su origen, (y a veces nos
sorprendemos), podemos atrevernos a imaginar
qué ocurriría si esa tarea fuera transcrita eternamente de nota en nota, y no
llegara a llevarse a cabo jamás. Algunas de estas insidiosas tareas no pasan
esta simple prueba, y ¡con qué
satisfacción podemos entonces tacharlas definitivamente!
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