Un estudio realizado
en la Universidad de Harvard en 2012
(Diana Tamir y Jason Mitchell), consistente
en 5 tipos de pruebas con 195 personas, revela que cuando hablamos de nosotros
mismos, se activan en nuestro cerebro las mismas áreas del sistema de
recompensa del cerebro que se activan con estímulos tales como el sexo, las
adicciones y la buena comida, donde la dopamina es el neurotransmisor
predominante.
Un 30-40% de
las conversaciones tienen como tema principal nuestra propia vida, y si la comunicación es a través
de redes sociales, la cifra se eleva a 80%.
En el estudio,
para conocer si había una base
neurológica que explicara esto, los participantes se sometieron a pruebas de
resonancia magnética funcional (IRMf) mientras contestaban cuestionarios con
preguntas sobre ellos mismos o sobre otros temas, y se observó qué zonas del
cerebro son las que trabajan en los momentos en los que hablamos de nosotros
mismos.
Se comprobó
que hay tres zonas en las que se produce actividad, la corteza prefontral,
el núcleo
Accumbens y y el área tegmental
ventral (VTA). Curiosamente estas dos últimas, que forman parte de la Vía Mesolímbica,
están relacionadas con el sistema de recompensa del cerebro y las sensaciones placenteras.
Al parecer, la
activación se producía en mayor medida precisamente hablando de uno mismo o de las
propias opiniones, que de las opiniones de los demás.
En otro
estudio, se comparó el nivel de activación de estas zonas cerebrales en los
casos en los que las informaciones reveladas por los participantes eran leídas o escuchadas por un amigo (que también participaba en el experimento),
o quedaban totalmente en privado, y se comprobó que la gratificación obtenida a
nivel cerebral también era mayor en el caso de saber que sus respuestas eran comunicadas a alguien.
Así que no es de extrañar que encontremos
tranquilizador y agradable compartir nuestros pensamientos con otras personas,
y quizá también podría explicar por qué las personas que saben escuchar son
socialmente tan apreciadas por ello.