A través de los cursos de Auto
Relajación Consciente tengo la oportunidad de conocer personas
admirables, bastantes más mujeres que hombres (no porque los hombres
no lo sean sino por que acuden muchos menos), y encuentro un patrón
común a casi todas ellas (casi todas nosotras) que me llama la
atención.
Me encuentro con madres, personas muy
válidas, con mucha formación, rigurosas en su trabajo, muy
exigentes consigo mismas y curiosamente, extrañadas por su alto
nivel de estrés, y un poco culpables por ello, como si estuvieran
haciendo algo mal, o fueran “poco capaces”.
Me gusta hacer notar a estas personas
que están desempeñando
en su vida más de un rol, y además se exigen hacerlo
brillantemente.
Pretendemos ser buenas profesionales,
buenas madres, buenas gobernantas del hogar ( y estas dos últimas
no son la misma cosa)...Cada uno de estos roles requiere un número
de horas de dedicación que sumando, superan sin duda las 24.
Pero el estrés no parece venir tanto
de la ingente cantidad de obligaciones con las que nos cargamos, sino
de la exigencia de desempeñarlas sin fallos, sin fisuras, sin
cansancio, o sin mal humor; y probablemente también de no tener una
perspectiva de que esta exigencia sea algo puntual o temporal para la
que se podría hacer un esfuerzo también puntual o temporal, sino
que, como así es, se trata de una situación permanente, en la que
hay una carencia llamativa, a veces estruendosa, a la que solemos ser
sordas: el cuidado de una misma.
Tenemos tiempo para cualquiera que se
acerque a pedirnos algo, pero muchas veces no somos capaces que sacar
ni 2 ó 3 minutos para tomarnos un respiro, o hacer una relajación
al día. Anteponemos el cuidado de los demás al nuestro, buscamos
la excelencia en todo lo que hacemos sin pararnos a pensar en el
valor de nuestro propio bienestar, y cuando algo no sale bien, nos
culpamos, y nos criticamos.
Nos estamos olvidando de algo muy
importante: para poder cuidar, hay que cuidarse. Cualquiera que haya
viajado en avión habrá escuchado las instrucciones que se dan a las
personas que viajan con niños: “póngase usted la máscara primero
y después póngasela al niño”.
Quizá sería bueno un poco de
comprensión de la difícil tarea a la que nos enfrentamos, unas
palmaditas de reconocimiento por la gran labor realizada, un premio
de vez en cuando, y el respeto diario e incondicional por todo lo que
hacemos. Y todo eso sólo tendrá valor si viene de nosotras mismas,
de nuestra propia determinación