Imagina un día soleado de primavera. Estás en el campo, te
tumbas en la hierba, la barbilla apoyada en el dorso de las manos, quizá
oyendo trinos de pájaros o el murmullo de
algún riachuelo correr…
Observas cómo desde
esa perspectiva existe todo un pequeño mundo: Una simple hebra de hierba es un enorme
obstáculo, una porción de césped es una gran jungla, y si tuvieras que explorar encontrarías que hay multitud de
pasos posibles, laberintos, claros en el bosque, zonas muy densas donde parece
imposible atravesar… Hay ahí un inconmensurable universo, y para quien no
levantara la vista, sería la única realidad posible.
Ahora, imagina que apoyas tus
manos en el suelo y te incorporas. La perspectiva cambia enormemente. La jungla se convierte en una
alfombra a tus pies, y puedes sentir lo mullido de la hierba en cada pisada. Cada
simple paso es un pequeño mundo, con sus miserias o sus felicidades.
Y ahora, imagina que te incorporas
también en este pequeño mundo en el que creemos vivir, y desde ahí, más alto, tienes también otra
perspectiva.
Ésa es la mirada que se adquiere poco a poco con la práctica de la meditación.
La relajación mental te da distancia. Es algo que ocurre espontáneamente.
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